Ojos verdes

 

¿Quién te dijo que mis ojos son para enamorarse?, solo llevan el color de una tortura para pieles oscuras y maltratadas por jornadas sin descanso de labores bajo el látigo de quien supervisa sobre el hombro bajo el manto protector de los de cara limpia.

No tengo definido el mestizaje en mi sangre, pues en ella llevo la condena de la Europa acicalada y la contrarréplica de la servidumbre que pesaba sobre quien decidió salir de su casa para encontrar un destino ajeno al campo, y de su fruto la cepa del pecado concebido en su primera semilla.

¿Quién te dijo que mis labios abrían de besarte?, solo porque tus encantos los hechicen con demencia particular para ti establecida, para ti dedicada, para ti insensata, que doliéndote el orgullo de mi primera indiferencia te complaces ahora por pisar con tu punta mi aorta indecente.

No queda definido que exista fuerte que no sucumba ante el taconear de tus piernas contra el mundo, si mi mundo sometiste sin una comitiva negociadora, no se diga el de aquel infame que sin demora entregó su corazón violento antes de conocer la aurora a tu costado.

¿Quién te dijo que me ames?, si yo solo puedo darte aquello que propones, aquello que no quieres, aquello a lo que corres, ajena eres a mis sentimientos y yo cabalgo en cualquier momento a otro huerto de tierras abiertas que no sienten frío por tenerme cerca.

No existe más vació que el espacio para verte, de correr los días con la idea de que asomes en breve, y que diluya a todos los que estén presentes, para anclar mi boca al puerto de un abismo que tiene caída hacia lo infinito, hacía ese cielo que termina conmigo.